viernes, 7 de diciembre de 2007

La farsa terminò

En el salòn de clases sus miradas se encuentran.
-¿En serio crees que me parezco a Alicia Villarreal?
-Tù eres màs guapa
Ella se acerca a su compañera. Le reacomoda muy lentamente los mechones de pelo que le caen sobre la cara. De manera intencionada estrecha suavemente la distancia entre su cuerpo tibio y el vientre de su amiga. Respira agitadamente sobre su rostro y sus dedos le recorren el perfil que permanece rìgido. Cierra los ojos y aspira con fruicciòn. Los tiempos se confunden , ya no hay aquì y ahora. La explosiòn rompe su pensamiento, su vista se fragmenta, su cuepo se diluye en otro tiempo, en otro aroma . Los dedos pegajosos recorren un perfil que es una masa informe . La farsa terminò.

LBT

Todos y cada uno

Ellos caminan, se persiguen o están esperando. El semáforo, el disco del transporte público, las bancas del parque los acompañan. Se observan, se ignoran, avanzan hombro con hombro en la misma dirección, en direcciones contrarias, en vehículo automotor o silla de ruedas.
Cada fragmento de ciudad se combina en ellos: un acordeón, los botones del elevador, el espejo retrovisor, mi mirada que los trasforma al verlos.
Ahi están, permanecen.
En algo coinciden todos, en sus rostros se observa que ya han olvidado.

RAZ

¿Demasiado tarde?

10:32 Hotel
Una mano recoge un billete de cien pesos, el dedo índice pulsa el número 2.

8:40 Terminal de autobuses

Un hombre recibe un billete con la figura de Nezahualcoyotl como cambio de su boleto. Camina hacia los andenes, se detiene. ¿Se le olvidó algo? Regresa. Observa su reloj. Todavía hay tiempo.

JMA

Construir algo

Trazar nombres en las esquinas, cuerpos ajenos, muertes intermitentes. Una historia que no me pertenece y sin embargo es mía. La distancia entre lo cierto y la ceguera del reflejo. El tráfico de palabras no escritas. Una mujer, o dos, o tres, o cuántas. Música inaudible. Construir algo, una huida.
.
sus

Semáforo. Luz verde.

Esta es la ciudad
sangre a pedradas
La estación terminal
y siempre la cruz


Hacia abajo
boca azotea
Mirada al cielo
último piso
Ese estira y afloja
muelle de acordeón


El semáforo en verde
y todo lo de atrás es pasado.


CAI


Algo va a pasar

No sé qué hacer. No puedo saber lo que viene. Esperar aquí otra vez. Una llamada, una súplica. Decir que todo está bien. Algo va a pasar ahora. Algo tiene qué haber después de este semáforo rojo.
Si esa puerta se abriera. No sé lo que significa ahora ruta de evacuación. Hay una mesa vacía, una mesa que me espera. Y entre todas estas sillas una silla diferente a las demás.
JP

Adentro

El humo. La garganta protesta pero continúo fumando. El maldito cigarro que he prometido mil veces dejar y no puedo. El olor a tabaco entre los dedos. Alguien a mi lado no sospecha lo que pienso, lo que haré. Los pensamientos se suceden hasta desembocar en una determinación. Una mujer camina frente a mí, indiferente. Hay tanto por hacer. Apago el cigarro. Alguien espera. Me levanto. Está decidido.

Necesito un café.

-- ellb.

UNIVISIÓN ONLINE AGENCIA FUENTE NOTIMEX

un aroma a endorfinas
un cuerpo que es y no quiere ser:
el zumbido palpitante, la frontera
tú o la mujer de las rosas en busca del cielo, esta mano 
que acaricia. Una urgencia en un kiosco 
(demasiada blancura) 
unos zapatos que nunca subirán, el dolorcito 
que me da.

Fue la bóveda mas alta, la más vacía, la de sombras: una hora, un día, un sorbo de café, un olor a perfume y gaseosa de naranja. 

Las radiografías de un hombre, robusto
el cielo
lo que me da, lo que me gana. Hasta aquí la.

--akm

MANOS SUCIAS

Un proyectarse desesperado de la materia verbal [...]
La cantidad de fragmentos me desgarra
A. Pizarnik


Pies adoloridos adentro de los zapatos calientes. Rodillas desgastadas por los pasos entre el polvo y el asfalto.

La resequedad de la nariz conjugada con el hiriente vacío estomacal. El límite que se acerca de algo que termina. Rostros que no volveré a ver. Las calles. La caída del sol contra las casas de una ciudad. El calor en la piel y la gama de aromas a hidrocarburos.

Una montaña bajo el sol y entre el polvo que domina una ciudad como la última muralla por sortear. Bajo su sombra, un yo empequeñecido. Solo. Herido.

Un aire que no volveré a respirar. Un giro o más bien un tropiezo en el destino. Una caída.

Si es acaso el ángel que se cae o el coro de estrellas barridas por la cola de un cometa en el fondo de los tiempos.

Una sensación de manos sucias después de haber comido una hamburguesa.

MAH

SÍ SE PUEDE SACAR SANGRE DE LAS PIEDRAS

La paloma de la azotea permanece. Abajo, el hombre del acordeón ensaya un corrido. La fecha de expiración. Qué breve. Hay que hacer otro, y otro, la semana que viene, otro. En el aparador un vestido rojo con lunares, que ella pudiera haber usado. Con gracia. Si sólo. El reflejo. Las grietas de la iglesia. Estigmas en el vespertino. Se cuelan. Los semáforos. Verde para unos. Rojos para ella. El letrero de la estación. La banqueta con sangre. La piedra. Sí se puede sacar sangre de las piedras. De todo, en realidad. La gente que existe a pesar. Todos en tránsito. El periódico de mañana. Otras Zaydas. JMP/LVB

Tirar barajas


La cruz en la espalda


Transparente

Una pareja camina de prisa. Los sigo mientras esquivolos botes de basura y los perros de estas esquinas.
El lodo a la orilla de la acera se confunde con hojas secas, plásticos retorcidos que alguna vez fueron botellas de agua, de yogur, de líquido para frenos. El hueso de un tuétano que se saboreó en caldo de res, un sobre con radiografías despintadas, una llanta que no rueda más…
Ella reclama a gritos, mientras camina. No entiendo lo que dice, sus palabras se enredan a la distancia. Él mantiene el paso a su lado, su cabeza inclinada a la izquierda atiende los reclamos. Una camioneta de redilas truena el mofle y el humo que le sigue cala en la garganta. Me falta aliento. Me recargo tosiendo sobre una barda y algo transparente, pegajoso, se adhiere a mi mano. Trato de limpiarme. Sacuso y embarro el resto en otra parte de la barda.
Ellos se detienen también. La voz de la mujer se deja de escuchar por un momento, lo abofetea. Él, que sólo mantenía el paso y la cabeza inclinada siguiendo los reclamos, le responde impulsivamente. Su manotazo revienta en el rostro de ella, la sacude con el impacto. Entonces se cubre el rostro con la mano mientras el hombre la mira desde arriba.
Cruzo la acera para dejarlos atrás. Mantienen los ojos abiertos y estoy aquí y soy transparente.
CAI

en verde

Último piso



la noche

Tu silueta se escurre en la habitación. Avanza un paso, dos, se detiene, avanza. Procuro identificar las facciones de tu rostro sin poder identificarlas. La noche ha pintado el cuarto de negro y tu cuerpo lo atraviesa buscando a tientas la cama.
Te retiro la cobija, el colchón es fresco, la sabana se amolda a tu contorno. Aspiro el aroma de tu piel recién lavada, escucho tu respiración pausada, me ves, nos vemos.
La noche inicia contigo.


RAZ

jueves, 6 de diciembre de 2007

Deber cumplido

Entra en la tienda departamental. Las bocinas difunden la música; los precios especiales que indican a los clientes hacia donde dirigirse; el nombre del empleado favor de presentarse de inmediato en el departamento de servicio al cliente. El barullo. El trajinar a su alrededor. Sus pasos son firmes y seguros. El cuerpo erguido, de estatura media y espaldas anchas. Enfundado en pantalón gabardina color caqui, camisa blanca de manga larga, ligeramente doblada hacia el interior de sus muñecas. De su cuello robusto emerge la cabeza cuadrada. El pelo entrecano se deja ver por debajo del sombrero color vainilla, con textura terciopelo. Su caminar mantiene un ritmo constante. Avanza con la mirada lejana. No observa, no pregunta, no se distrae. De frente a las escaleras y la rampa, escoge la segunda. Se alinea en paralelo con el barandal. Continúa su marcha. Al dar vuelta en el andador hacia el piso siguiente, mantiene su cuerpo cercano al barandal y su mano se apoya con firmeza. Al final de la rampa se agacha hacia una pila de canastillas, de plástico duro color rojo. Levanta una y sin perder el ritmo, avanza hacia su izquierda. Sección de frutas y verduras. Coloca la canastilla en el piso. Se incorpora. Estira la mano hacia adelante y a un tiempo gira la cabeza a su derecha. Observa a lo lejos y su mano palpa una coliflor sin verla. Regresa sus ojos, busca el cartel en la parte superior. Observa el precio. Se dirige muchos pasos hacia las bolsas de plástico y escoge una grande. El nudo que las custodia está demasiado apretado. El hombre se esfuerza por liberar el amarre, lucha con el plástico. Reacomoda la postura de su cuerpo para el embate. Se concentra. Sus dedos se mueven constantes. No busca ayuda. Lo intenta una vez más. Logra sacar una bolsa de asas. Regresa. Coloca la coliflor dentro de la bolsa y cuidadosamente le hace un nudo. Se agacha y la mete en la canastilla. Nuevamente hacia las bolsas. Busca las de tubo giratorio. Jala una. Toma solo una. Regresa y enfunda una lechuga enorme. La bolsa no tiene espacio para hacer el nudo. Finalmente logra amarrarla con sumo cuidado. Torpemente se agacha y mete la lechuga. Se incorpora con la canastilla. Avanza en su recorrido y llega al amontonamiento de zanahorias. No toca. No manosea. Sus ojos buscan el precio. Acomoda la canastilla en el piso. Va hacia las bolsas del tubo giratorio. Solamente una. Regresa. Toma zanahoria por zanahoria. Las introduce en la delgada bolsa y se dirige hacia la báscula. Las pesa. Regresa y toma más. Nuevamente a pesarlas. Observa la aguja de la báscula. Se lleva la bolsa y la amarra minuciosamente . Observa las calabacitas. Repite el proceso. Coloca las calabacitas junto al resto de las verduras. Pasea sus manos por encima de los aguacates. No toma nada. Vuelve su mirada hacia las charolas que contienen almendras, nueces y pasitas. Detiene un rato sus ojos en ellas. Da vuelta hacia su derecha y sigue. Avanza sobre la misma línea de pasos que antes lo trajeron. Sale por la rampa. Su cabeza erguida y su vista lejana. Al pasar por la sección de damas, se detiene brevemente. Observa el precio de unas chanclas afelpadas, Salto de cama. Unos pasos más adelante se detiene en un estante. Sus manos dan vuelta durante unos instantes a un tarro de vidrio pequeño, color claro. Brillantina Palmolive con aceite de oliva. Lo coloca entre los demás y da unos pasos hacia atrás para observarlo desde otro ángulo. Bruscamente gira su cuerpo hacia la derecha y sigue avanzando. Estira la mano hacia la cajera. Ella le da unas monedas. Las guarda con prisa en el bolsillo derecho de su camisa. Se ajusta el sombrero y observa su entorno. Toma las dos bolsas con una sola mano, la izquierda. Se aleja. Una señora y un niño le cortan el paso. Momentáneamente pierde el equilibrio. En dos zancadas más retoma el paso apresurado y sale. En la calle atisba con el rabillo del ojo. Su paso se vuelve más lento. Sigue avanzando, se escucha música de reggaeton, sus pasos atraviesan puestos de verdura que exhiben coliflor, calabacitas y zanahorias perfectamente cortadas y empacadas en bolsas de plástico, listas para cocinar. Tres cuadras. Continúa avanzando y atraviesa un semicírculo de gente que absortos escuchan a un anciano que tiene la cura para los juanetes, el mal de ojo y el sida. La figura del hombre se encorva ligeramente y su caminar disminuye el ritmo. Seis cuadras. El olor de fritangas y banquetas recién lavadas se confunde con la peste del alimento para pollos, patos y conejos. Nueve cuadras. Su espalda se sigue encorvando. Se detiene un instante, equilibra su cuerpo, reacomoda las bolsas. Lo rebasa un microbùs con pocos pasajeros. La soledad de la calle. Silencio. Once cuadras. Entra a una tiendita. Lo recibe un refrigerador grande de coca-cola. En el mostrador una señora de tez blanca, el pelo cano en la raíz y en los medios y puntas huellas de color dorado. El hombre va hacia el interior con familiaridad y hace un movimiento con la cabeza a la señora, la mujer responde de la misma manera. Entra un cliente .
-Buenos días Doña Adelita ¿como siguió?
- Ya bien, ya estoy buena gracias a Dios
-La oigo como que todavía esta malita.
El hombre sale del interior y saluda al cliente , pasa por adelante del mostrador y sale a la calle
- No, ya estoy buena que le doy?
El hombre abre una puerta maltrecha, contigua a la tiendita. Entra por un pasillo angosto y grisáceo. Hasta el fondo bugambilias, framboyanes y diversos tonos de verde de árboles y plantas .
LBT

ROBUSTO

Un tipo robusto,de mediana estatura, tez blanca,con acné, oliendo a jabón rosa Venus, barba recién pintada; tiene zapatos semi boleados con una agujeta desamarrada ( tal vez olvido amarrarla, ¿quien sabe?). En mi cabeza, la idea de advertirle de su...
tropieza, caen sus rodillas poco antes que sus manos al suelo; pero su nuca buscaba su espalda: ¡era como un perro!. Lo sé, debí decirle. Él se sacude
, con un abrigo sin sentido para este clima, diciendo:

¡hija de la chingada!.

Su color de piel como el vestido de la muchacha con la burla a punto de erupción. Su mano en la cabeza, sus dedos entre el pelo:

¿olvidó, le perturbó algo?

Voltea a su alrededor ansiosamente, ¡pero todo parece tranquilo! (los niños con el globero eligiendo,un anciano comprando el periódico, dos muchachas -una guapa,la otra no tanto- charlando muy emotivamente: una hermosa levedad dominical, aunque fuese sabado). Intempestuosamente acelera el paso, da media vuelta y atraviesa la puerta de cristal de un edificio como "Juan por su casa". Ya adentro, mira las puertas muy rápidamente, voltea a las lámparas del techo diciendo: "Dios"


AKM

RADIOGRAFÍAS DESPINTADAS

El lodo se confunde con hojas secas, plásticos retorcidos que alguna vez fueron botellas de agua, de yogur, de líquido para frenos. Un pañal con excremento deshidratado, inocente mierda en polvo color tabaco. El hueso de un tuétano que se saboreó en caldo de res un mediodía cercano, un sobre con radiografías despintadas, una llanta que no rueda más…

Una pareja camina de prisa. Ella reclama a gritos, lo abofetea, el responde impulsivamente, la sacude con el impacto. Ella se tapa el rostro con las manos. Él la mira desde arriba. Paso de largo. Los dejo atrás.
Una camioneta de redilas con una lona naranja truena el mofle. 

CAI

LO QUE ME GANA

Me gana su nuca, los cabellos grises que se intercalan delicados con los negros. Una cadenita de oro. Y el sudor del mediodía.

Y la mirada que oscila entre las ofertas de las tiendas y el camino por el que se anda. Al cuidado del semáforo. Habla con alguien o con nada y se entretiene con el clima que ha cambiado mucho.

Aceleran el paso y cruzan la calle con cuidado. Es el autobús el que las lleva mientras miran de regreso por la calle donde venían.

MAH

LA ESQUINA QUE DESCANSA


miércoles, 5 de diciembre de 2007

NO ME LLEVO NADA

--¿Carro o taxi, señito? 
--No, voy al mercado --su paso lento y su movimiento pendular la alejan de la fila de los taxis. Baja los escalones de perfil reposando una pierna y luego la otra escuchándose un quejido al incorporarse. Sus pies pequeños con zapatos negros buscaban la puerta de un microbús: RUTA 8, el chofer con sus lentes de color tornasol volteó a verla, ella leía las letras del micro color blanco con amarillo: NORMAL SUPERIOR. Su falda negra, su chaleco púrpura y su bolsa-maleta de tela de sofá pesadamente se subieron al micro.

--Sólo traigo este billete de 100. 
--¿No trae feria? --la señora se sentó y el chofer buscó en una caja de madera.

Arrancó el micro lentamente…

duele ver que sin piedad me has engañado, me enamoré de esa cara de ángel que fingiste ser

-Oiga va muy lento, -pos quién las entiende señora, luego dicen que uno va muy rápido.
- sí pero no se lo dije para que fuera tan fuerte.

En el techo una pintura de la Virgen de Guadalupe que observaba a los ocho pasajeros que veníamos a vuelta de rueda.

La señora que estaba en el asiento de adelante sacó otra bolsa color verde limón con flores amarillas, después un pedazo de papel que desenrrolló y enrollo todo el camino como contando los cuadritos.
De su pelo cano, ondulado y corto salía un aroma a shampo combinado con un olor a jabón o talco Maja. Su rostro acartonado por la edad volteaba constantemente a los lados, en un instante se puso de pie y pidió la bajada.

-¿Puedo dejar mi bolsa aquí? --le dijo a dos hombres de un puesto que vendían lentes.
--Si abuela, pero que trae ¿piedras?
--Voy aquí cerca, no me tardo --sus pies lentos avanzaron hasta llegar a un súper que exhibía:

Sandalia $14
Lentes $14
Pantaletas $9.99
Azúcar $9.99

La señora tomó un carrito donde lo llenó de jabón foca, axión, papel flamingo, veladora de San Judas Tadeo, jabón nórdico, jabón lirio, aceite, un gorro rojo, galletas de animalitos, fibra para trastes, frijol, galletas Marías….

Empujó el carrito hasta la caja, sacó su monedero negro y pagó con un billete de 500.

-¿No trae feria abuelita? --se mete la mano a los senos y saca un pañuelo café y con la mano temblorosa saca un billete de $200 y uno de $100.
-Esa es toda la feria que traigo, si le sirve, si no, no me llevo nada…
dzr

HUELE A PERFUME, A SORBO DE CAFÉ Y GASEOSA DE NARANJA

Huele a café. La galleta cruje en mi boca. Alguien cierra la puerta. Alguien abre la puerta ahora mientras sonríe.
Se destapa un refresco y se me antoja. Una empanada de cajeta, una orejita de hojarasca y esa bebida burbujeante de naranja.
Crujo otra galleta: azúcar y canela. Crujen los grafitos deslizándose en las hojas. Alguien sacude y borra sus percepciones. La mesa cruje cuando aborda de nuevo las ideas. Un sorbo de café.
Cruje el teclado, sus manos llevan un discreto barniz rosa.
El aire acondicionado es evidente, no porque cruja como lo otro, pero tiene su manera de no crujir y hacerse presente.
Huele a perfume, a sorbo de café y gaseosa de naranja.
Es un perfume floral pero la alfombra sólo es hojas. Y hay cuatro macetas, una por esquina de recinto, como árboles sintéticos, sólo hojas.
Tres lámparas alumbran este lugar. Vibra un celular y alguien tiene un sobresalto. Alguien contesta: bueno. Se para rápidamente y sale alejándose puerta atrás.
No hay silencio. Quizá el silencio no exista. A lo que llamamos silencio ahora es ese crujir de lápices deslizados, teclas digitadas, gargantas y puertas que se abren. Pisadas sordas.
Hay hielo también y vasos. Quisiera abrir una Coca Cola pero alguien abre a puerta y entran dos.
Y otros más.
Ya pasaron quince minutos

CAI

VACÍA DE SOMBRAS

Una joven en pants anda por la pista que rodea el parque. El jardinero contagiado por las aves comienza su trino a silbidos y rasca con el rastrillo la tierra. Nuestro otoño no tiene tantas hojas secas. Las hormigas se afanan, se esparcen y no hay nada aún sobre sus lomos.

La cancha está vacía de sombras. Una anciana en bata de algodón, medias gruesas color carne, suéter tejido de acrilán azul y bastón ergonómico de aluminio, camina también por la pista. ¿Vino a pasear? Le pregunta Don Agustín, el jardinero de nuestro Otoño y demás estaciones. Sí, contesta ella. También la maestra. Me mira a lo lejos.

Ya pasaron quince minutos.

CAI

UNA TREINTA


la prisa
el calor en mi cuerpo
la chamarra caliente, más caliente:
su calor ahora en mis piernas.

Mi dedo tiembla, torpe.

Quisiera el aire de la banqueta,
las palabras de mis compañeros y
otro lugar donde hacer esto.

akm

SUFICIENTE SUSPICACIA

Es la plaza donde se confrontan el palacio de gobierno y el teatro Amalia. Con algunas gotas de sudor que me refrescan encuentro el lugar para escribir en una banca blanca de metal. Las barras del asiento reciben con rudeza mi trasero.

Hay pájaros cantando: gorriones, tordos y un ave que claramente llama a los suyos desde los más alto de los árboles.

Cada uno de los troncos está envuelto en tules: rojo, morado, verde, azul y naranja. Están repletos de motivos navideños con personajes de las películas de Disney.

El pájaro desconocido insiste desde su rama mientras me llegan aislados los llantos de niños de brazos y los pasitos sobre el pavimento de un pequeño envuelto en pants. Sus zapatitos resuenan sobre el mosaico desgastado.

Aquí y allá los pasos de la gente. Algunos tacones son rudos y las suelas suaves de los tennis son casi imperceptibles.

Un niño identifica, como puede, a los personajes de Disney dibujados burdamente en algunas mamparas: La Bella, Peter Pan , Pinocho.

Casi no hay autos circulando en torno a la plaza, pero es el motor de una motocicleta y los cláxons lejanos que aún quedan en el centro antes de la hora de comer, lo que apunta el bullicio restante de la ciudad, junto con el aroma tóxico a mofle quemado remanente el aire.

Una pareja de adolescentes, con uniforme de colegio discute íntimamente y aun en público, el excesivo precio de un celular y las posibilidades de los otros usos para esa misma cantidad de dinero.

Hay elementos de la policía estatal preventiva (que reconozco por el uniforme negro y sus letras bordadas amarillas: PEP) que me miran con suficiente suspicacia.

Se adivina que hay preparativos para un evento, ya que al pie de la escalinata hay un escenario con luces ya instalado y una consola de audio cubierta con una lona.

Una abuela pasa cerca de la lona y le dice a su nieto pequeño que irán a ver a los pajaritos.

Un anciano vende empanadas dulces y las ofrece con desgano: “A cinco”.

Una enfermera del IMSS camina junto a su amiga y le cuenta con flojera que verá por la tarde a un señor que no le cae nada bien.

Corre una niña de coletas hacia mí, de no más de un metro de alto. Persigue a un pichón oscuro y trata de darle una patada. Los pasitos de la niña y luego el vuelo de la paloma, un batir violento de alas.

Reductos vocingleros de tordos negros, la pareja de adolescentes se da un beso y ambos se miran. Las ruedas de una carriola vibrando sobre los mosaicos. Una paloma que se posa a mis pies y me mira como esperando que saque algo de comida. El leve rumor de sus plumas mientras las acicala.

Una anciana camina con su hija y nieto de brazos y se pregunta si va a estar presente el gobernador.

El sol estalla en pedacitos mientras brilla sobre los adornos navideños y metálicos.

Los tacones bajos sobre el suelo de una mujer, a todas luces burócrata, con traje sastre azul marino, una carpeta Manila en una mano y la vista fija al frente.

Los rayos y la cadena engrasada de una bicicleta que veloz pasa junto a mí.

Y detrás de mí un policía estatal preventivo que atiende las inescrutables órdenes que provienen de un radio de alcance. Una voz que de tan ininteligible es siniestra.

Abundan los niños y adolescentes con uniformes de colegio que caminan de regreso a casa, pero que aún así se detienen a mirar un nacimiento de yeso sobre un escenario plástico que evoca un paisaje victorense.

Un cláxon insiste frente a la puerta cerrada de un estacionamiento.

La explosión de risa de un joven que toma fotos a su compañero en las jardineras junto a mí.

El sol en los adornos del gran pino y su plateada estrella en alto.

La vibración del celular en el bolsillo de mi pantalón y su gradual emisión de sonido que me indica que quince minutos han pasado.

MAH

BOCA DE AZOTEA





LA BÓVEDA MÁS ALTA

Lo primero es su rostro sosegado y lleno de arrugas en el cristal de la vitrina desde la que un Jesús Nazareno nos observa con cuencas de vidrio. Pero el hombre no me ve a mí, se persigna brevemente y camina hacia las veladoras encendidas. Al entrar se quita el sombrero. Avanza despacio, sus botas cafés no hacen ruido. Se santigua frente a cada una de las imágenes y con las puntas de sus dedos roza las túnicas o los pies de aquellos santos de miradas perdidas. Yo lo sigo con torpeza, sin saber qué hacer en medio de un pasillo flanqueado por bancas de madera que crujen con el peso de los cuerpos. El hombre se hinca, junta sus delgadas manos, reza inmóvil con la cabeza siempre hacia arriba, como dirigiéndose hacia la bóveda más alta. No recuerdo cuándo fue la última vez que me hinqué frente a un altar, pero lo hago, me hinco y finjo que rezo. Desde ahí puedo ver la mitad de su rostro, el perfil de unos lentes negros de pasta, desgastados como la tela de su pantalón verde olivo, de su camisa azul a rayas. A lo lejos, en uno de los pilares puede leerse: he aquí que vendrá nuestro salvador, ya no tengan miedo. Luego el olor, ese olor de las iglesias de mi infancia que me hace sentir una tibia tristeza, una ansiedad por salir de inmediato, por regresar a lo que ya no es. El hombre me saca de mi ensimismamiento cuando se incorpora mientras se persigna una vez más. Al salir pasa junto a mí, pero nuestras miradas no se cruzan. Quiero salir y seguirlo, saber a dónde va un hombre después de hablar con Dios. Pero me quedo aquí, hincada y falsa, mientras él se aleja hacia la claridad de la puerta.
SUS

martes, 4 de diciembre de 2007

TRAVESÍA

Viento fresco en mi rostro, luz verde, cruzo, ladrido lejano, mis pasos, smog, asfalto nocturno, oscuridad sospechosa. Camioneta próxima.

JMA

EL QUEHACER Año I, No. 62, $5.00

!Lesbiana, principal sospechosa!

Matamoros.- Una lesbiana despechada aparece como principal sospechosa del asesinato de la artista grupera Zayda Aidé Peña y su acompañante Ana Bertha González, quienes fueron sorprendidas y balaceadas en una habitación del motel Mónaco.

pág. 11

--crg

EL DOLORCITO QUE ME QUEDA

Algo suena allá abajo, en la suspensión del coche, ahora que me he detenido en el nuevo bulevar. Pero no es un rechinido agudo sino todo lo contrario; algo sofocado, un ruido que no cesa. Hace frío. Me asalta la tos. Dos, tres, cinco, siete veces la explosión y después el dolorcito que me queda en el pecho y más abajo. Del otro lado del camellón pasa un coche del que no distingo nada más que los faros. Por el retrovisor lo miro alejarse, perderse en la curva allá atrás cuando escucho el zumbar de otras llantas: un microbús. Sonido e imagen aumentan al pasar los segundos. Un paso ruidoso en el instante que fuimos paralelos. Más allá, a cien metros, lo miro emparejarse esta vez con otro coche que viene por la calle en que estoy. No me puse zapatos. Los pedales empiezan a ponerse fríos. Froto un pie sobre el otro y casi puedo peinarme los vellos de un pulgar con el del otro pie. Son las 05:52. Lo sé porque debo contar el tiempo. Los gallos han estado cantando. No podría decir cuántos, son demasiadas las voces. Un Volkswagen pasa a toda velocidad. Me empiezan a molestar el estómago y la espalda. Cambio de postura por si acaso. El asiento rechina debajo de mí; parece piel, pero es vil poliéster. Los gallos siguen cantando. El mismo sonido del coche allá abajo. En la garganta algo truena, algo áspero, un sabor amargo a las 05:55. El coche deja de rechinar, los gallos, en cambio, siguen en lo suyo. Por la ventana la luna, allá arriba, es apenas un gajito acompañado por una estrella grande y otra pequeña. Hay un canal de aguas residuales del otro lado de la calle, en el lecho de lo que debería ser un río. El agua no hace demasiado ruido, apenas un susurro. Pasa un Golf a alta velocidad (calculo no menos de cien en una vía de sesenta), mi coche se mueve, lo puedo sentir. Otra vez el gallo más cercano. Estoy a unos cientos de metros de la carretera, en la periferia, entre casuchas y aguas negras, pero sobre una avenida demasiado nueva. Mi estómago hace ruido. Son las seis en punto y tengo un hambre que duele.
JP

ARRIBA, EN LAS ESCALERAS...

...el rechinar de mis zapatos, los desconocidos que miran, el eco de mis pasos, la prisa por hacer esto.

Hay cosas opacas, iluminadas por este foco en lo alto. Música.
Una platica: palabras que no entiendo.

akm

ESCALERAS

Escaleras frías, mármol, brillo, la yerbabuena en mi paladar, la goma en mi lengua, voces, música de un disco rayado, no entiendo la letra, tu voz y tu risa en mi.
En el techo el esbozo de un cielo mal pintado, mis tenis cafés, agujetas largas, calcetas de rombos.
Campanillas, la culpa, la pluma tocando mis dientes, en timbre del elevador, el teléfono solo, mi confusión, luz, spots, el teléfono solo, señalamientos, prohibiciones, ruta de evacuación, fuego, salida de emergencia, sombras, un hombre que me saluda y no volteo a verlo, risas de hombre, motores de autos, música en inglés en sus estéreos, mi cabello en la cara, dos celulares -Rosa Muela- UNEFON- Oficina, TELCEL-Personal, Jorge Melgoza caminando, mi pulsera de Tampico, mi perfume en mi mano, no me escucho, mi carpeta y mis hojas abanicando el sudor en mis manos, volteo a ambos lados...ya....
.
dzr

HACIA ABAJO

ZAPATOS QUE NUNCA

eso es lo que yo necesito, frente a unas ballerinas moradas con una corona en la punta, la niña observa y se aleja, se pierde de la mano de su madre, el olor a comida, a fritura dulce, el sonido de las ropas frotándose, la oscuridad de una banqueta sucia y el falso ascetismo de los escaparates, zapatos que nunca he sentido en mis pies, otra vez el roce de las telas, bolsas que se estrujan, charlas truncadas que no entiendo y que olvido, la mirada de otra niña que me observa con curiosidad mientras escribo, la repetitiva música de un juego mecánico, ofertas, aproveche las últimas ofertas, zapatos que se arrastran por el asfalto y mis botas que me hacen sentir segura, en la calle, más allá de una puerta los sillones de una peluquería, olores que se me escapan porque mi nariz no sirve, olor de una cantina que imagino, presiento y sólo alcanzo a esbozar pero fracaso, una mujer con un maleta, más bien la maleta que choca contra mi pierna, no voltea, nunca le veré el rostro, un claxon entre otros más confusos, el reloj que miro incesantemente, mi ropa que no emite sonido alguno al caminar, al rozarse una textura con otra, el semáfono me dice: pase, y en esta esquina el olor de los elotes asados me devuelve la nariz, un enorme diamante sobre un arco junto a cables tensados y otra vez ese olor que sí pudo filtrarse y la mirada de los que conducen y no me ven y las intermitentes luces y toda la gente a mi alrededor y yo junto con ellos y una calle que no cruzo y un hombre que avanza de rodillas y mi mirada que se desvía hacia el rojo de dos autos inmóviles
.
sus

DEMASIADA BLANCURA

Hay mucha luz aquí, demasiada blancura. Tonos claros en el techo y en las paredes de un salón casi vacío. Allá atrás los sanitarios y el rechinar de suelas en un piso recién lustrado: dos hombres vienen de allá y pasan detrás de mí. Los veo. Me ven. Salen por una puerta de dos hojas. El salón es amplio, demasiado para una sola persona. No hay más gente aquí, pero de algún lugar muy cercano viene la voz de Ella. Una canción que no entiendo. Gritos largos, gritos cortos; sofocados de vez en vez por otros ruidos que pueden provenir de puertas que cierran. Acá hay un susurro largo, el zumbar de la calefacción y las balastras. Alguien, en los sanitarios, dejó mal cerrada una llave. Me duele el tobillo izquierdo y lo bajo de la rodilla derecha en la que lo apoyaba. Se me alivia el pie; también la otra pierna descansa. Siento cómo se afloja, cómo se despega la tela de la piel. Ahora el malestar en la espalda por acodarme en un sillón rojo de tejidos demasiado ásperos. Una alarma suena.
JP

UNIVISION ONLINE Y AGENCIAS

Gobierno americano investigará
Asesinato de la cantante Zayda

Balboa Records

Tiro de gracia, como su tema, se volvió una fatídica realidad

Debido a la controversia generada por la muerte de Zayda en un hospital de Matamoros, Tamaulipas, las autoridades de Estados Unidos van a colaborar con el gobierno mexicano en las pesquisas correspondientes, para esclarecer el asesinato de la grupera, ante la muy alta posibilidad de que el asesino hubiera cruzado la frontera para refugiarse en territorio estadounidense.

Tras la pista del asesinato de Zayda

El Departamento del Sheriff del Condado de Cameron, Brownsville, Texas, confirmó que se está trabajando con las autoridades mexicanas para ayudar a identificar al sospechoso de la muerte de Peña y de Ana Bertha González, amiga de la cantante, y Leonardo Sánchez, empleado del establecimiento, según informó el periódico El Universal.

Las autoridades americanas han establecido la teoría de que el asesino de Peña, es muy probable que haya cruzado la frontera entre México y Estados Unidos, para refugiarse en el país de las barras y las estrellas.

Álvaro Guerra, subjefe del Sheriff del Condado de Cameron y responsable del enlace con la Policía Estatal de Tamaulipas, reveló que las autoridades mexicanas les solicitaron ayuda en el caso.

Informó que las pesquisas mexicanas buscan a un hombre que se presume conocía a sus víctimas, aunque aún no dan a conocer el nombre del sospechoso, quien se piensa adquirió un automóvil en Brownsville, Texas, Estados Unidos.

“Es toda la información que tenemos hasta ahora”, indicó el funcionario estadounidense.


Una nueva tragedia ha puesto de luto a la música regional mexicana con el asesinato a tiros de la grupera Zayda Peña Arjona, a manos de un sicario que le disparó en un hospital de Matamoros, Tamaulipas, la madrugada del pasado sábado 1 de diciembre. Esto ocurrió como parte de un segundo ataque en menos de 24 horas, toda vez que la cantante se encontraba recuperándose de un primer tiroteo en un motel. Un día después de su muerte, las autoridades en México descubrieron el cuerpo sin vida de Sergio Gómez, líder del grupo K-Paz de la Sierrra.

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EL KIOSKO

Frescura, carros, autobuses, la aceleración de los mismos, la plática de dos señores, las llaves de una señora al pasar frente a mí, ¿de qué color serán? Huelo a humo, la dureza del kiosco en mi espalda. La luz ámbar de una lámpara de la plaza, el movimineto de la pierna izquierda de una muchacha de 20 años aproximadamente, que viste de mezclilla.

Veo caer una hoja de árbol detrás de los ancianos que platican aún y al fondo un anuncio luminoso amarillo y una luz roja en lo alto. No calla el griterío de niños. Veo tres caminos para salir de la plaza, estoy en el de enmedio; el incesante tráfico de autos, el griterío, la plática, los pasos. Nunca acaba.

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URGENCIA

Escucho el latido de mi corazón en la parte superior de la cabeza,lo amplifican las venas de mi cuello. Siento los músculos del antebrazo izquierdo,espalda y cuello en ciertas partes doloridos. La sangre en mis venas corre al unísono con el ruido incesante que emana de la cafetera. La sola palabra me produce un fluido amargo que quema en mi estómago. Tomé mas café del acostumbrado. El vaso blanco que sostengo frente a mí contiene un fuego aromático. El ardor en las paredes del estómago reincide.
Siento escozor en la piel, en el rostro, en las manos. Màs fluido en mi boca con sabor amargo. Definitivamente demasiada cafeína circulando por mi sangre. Apenas la necesaria para lo que falta del día. El reloj en mi muñeca marca las 18.30 horas. Nuevamente el palpitar del corazón que aprieta el paso. Se intensifica en el pulso, en las sienes y en la boca del estómago. Escucho en mi recuerdo que la cita a la que debo acudir, es a las 19.30 horas. Los músculos se aflojan y una profunda exhalación sale de mi boca y me distiende.

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SEÑALES DE TRÁFICO


ESTE CUERPO QUE NO ES

a lo lejos maletas que se deslizan sobre un mármol gris, un sucio brillo que refleja la luz opaca de las largas lámparas, en el ahogado altoparlante una voz imprecisa dice cosas que no logro entender, mi cabeza muy lejos, muy atrás, en el techo cuadriculado, dentro de la frente una saturación de nada, un deseo de no pensar, de no escribir más, una sensación de que nada de esto me está ocurriendo a mí, yo estoy en otra parte y este cuerpo no es más que un cascarón incómodo, me vuelve a la realidad el sonido de un teléfono antiguo, suelas que se arrastran, puertas que se abren y cierran, la saliva en mi garganta resbala con dificultad, hay un hombre aburrido que se mece en una silla frente a un mostrador vacío, un rechinar que pasa junto a mí, monedas que caen en cajas metálicas con un tintineo hueco, risas al fondo, muy atrás de mi nuca, tres mujeres se despiden y se marchan, palabras que me aturden, un calor subrepticio que me invade avanzando por mi pecho y mi cuello hasta mis sienes, un hormigueo extraño en todo el cuerpo, quiero levantarme y caminar en este sitio donde todo es tránsito, donde siento que todos están yéndose mientras yo me quedo aquí, en una banca despostillada, en un azul lleno de manchas, trago saliva una vez más y la saliva me sabe a enfermedad

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FRONTERA

Entrada acceso 3 / ORIENTE FRONTERA /CASA DE EMPREÑO MONTEPÍO/HOTEL BLANQUITA/ FILA DE TAXIS... ¿Aqué hora sale el último camión a Tampico el jueves?, -mire pos también puede checar en la pantalla! un policía que casi toma mi dedo índice para mover el cursor.

Salida última 9:40 p.m
- pero se le venden hasta mañana...

motores de autos, aire fresco en mi rostro, fila de taxis, 30 pesos al centro dice la chica de la taquillla, -pásale, pásale "al centro" grita un pregonero que promueve la salida de los microbuses...
ventanillas arriba, ventanillas abajo,el celular, aire en mis ojos, Palacio de Gobierno, camionetas, el Boulevard Praxedis Balboa, el sol, "Todos, todos unidos con Tamaulipas, el famoso SNTE, Velatorio San José, el celular, el olor a mercado, a pollo frito, estudiantes atravesando la avenida y también algunos pichones... vuelta en la calle Juan B. Tijerina, el celular, música grupera en una pick up roja con las llantas llenas de lodo, la Plaza, el anuncio... Hotel Ramada... el elevedor... habitación 207...

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AGENCIA FUENTE NOTIMEX

Sicario ingresó a un hospital de Matamoros para rematar a Zayda Peña; la cantante era atendida por las heridas de bala que sufrió minutos antes en un motel

CIUDAD DE MÉXICO, México, dic. 2, 2007.- Con la muerte de la cantante mexicana Zayda Peña Arjona, continúa la ola de asesinatos a intérpretes o gente relacionada con la música grupera. La vocalista del grupo Zayda y Los Culpables falleció este sábado a los 28 años de edad tras ser atacada por un presunto sicario en un hospital de la ciudad de Matamoros, Tamaulipas, informaron medios locales. Se recuperaba de las heridas de un ataque a tiros que sufrió horas antes en un motel y en el que fallecieron Ana Bertha González, una amiga y Leonardo Sánchez, empleado del inmueble. Luego de ser herida con un arma de fuego, cuya bala le entró por a espalda y salió por la barbilla, la intérprete recibió en el quirófano disparos en el rostro en al menos dos ocasiones, según reportó la prensa del estado.

Artistas mexicanos de la llamada onda grupera han sido asesinados en los últimos años. Cabe recordar la muerte de Selena (31 de marzo de 1995) a manos de la presidenta de su club de admiradores. En noviembre de 2006 el cantante Valentín Elizalde, "El Gallo de Oro", fue ejecutado a tiros a la edad de 27 años, tras haberse presentado en un palenque de la ciudad de Reynosa, Tamaulipas. Tres meses antes también asesinaron a Trigo Figueroa, hijo del cantautor Joan Sebastian, con un disparo en la nuca cuando finalizaba un show de su padre en el condado de Hidalgo, al Sur de Texas. Adán Chalino Sánchez perdió la vida el 24 de marzo de 2004 en un accidente automovilístico en el que viajaba a lado de su representante Lorena Rodríguez y un chofer de la empresa que los contrató para dar un show en Tuxpan, Nayarit. Curiosamente en 1992, ahí también murió asesinado su padre Chalino Sánchez, el creador del narcocorrido. Aunque no fue asesinato, cabe recordar que Vicente Fernández Jr. fue secuestrado durante varios meses. La negociación para dejarlo en libertad tras haberle cortado un dedo sumó numerosos dólares. Con lo anterior, entre otros casos, se constata que el medio grupero ha vivido las peores tragedias en el mundo de la música latina en los últimos años.



EL LIBRO DE LAS PERCEPCIONES Se inicia el 4 de diciembre, a las 6:52, en Ciudad Victoria, Tamaulipas.

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LA SANGRE DE LAS PIEDRAS


LA MANO, QUE ACARICIA

Debo empezar por la postura: la espalda encorvada, la mejilla apoyada en la mano derecha, una pierna cruzada bajo el cuerpo, todo perfectamente previsto y alineado para dejar libre a la mano izquierda, la que acaricia.

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APARADOR


CÓMO LLEGAR AL CIELO

Sé que es ella porque pasa frente a mi hotel justo cuando estoy a punto de abrir la puerta. Va lamiendo un helado y no se da cuenta de que estoy allí. Los taxistas en fila la miran. Lleva minifalda negra, una blusa canaria con escote, sin mangas, y unos tacones que se amarran a sus piernas como zapatillas de ballet. Se detiene frente a una farmacia y pregunta por algo, pero no alcanzo a escuchar. Cruza(mos) la calle y atraviesa la plaza. En cuanto sube a la banqueta, acelera el paso y adquiere una velocidad impresionante sobre sus tacones. Me recuerda las vacas que cruzan un río de pirañas. No seré yo, no seré yo. Un hombre la detiene y le pide unos minutos para explicarle cómo llegar al cielo. Ella no le contesta, sólo sigue caminando como si el profeta no estuviera allí. Yo hago igual. 

La veo engullir la  parte inferior del cono; se chupa los dedos. Al caminar, se jala la falda hacia abajo, tal vez un tic nervioso, o más bien una medida de prevención para que la falda no se encarame a sus muslos anchos. Atraviesa un campo minado de palomas y no disminuye el paso sino hasta llegar al otro lado de la plaza. Espera(mos) un tiempo a que dejen de fluir los carros y vamos al otro lado. Se detiene frente al aparador de la tienda de telas y mira los cristales llenos de adornos navideños. Titubea un poco y y se acerca a la pila de prendas en liquidación que está a la entrada de la tienda. Hay muchas mujeres allí, pero es como si no estuvieran. Sólo ella que levanta algo de color amarillo (¿su color favorito?). Lo mira por unos segundos, recorre las fibras con sus dedos. Tiene uñas magníficas. Se acerca la tela a la nariz y aspira por unos segundos antes de dejarla caer a la pila.

Sale caminando rápido, como si quisiera borrar esa parada. ¿Le avergüenza? Le veo la cara de frente al fin. Seguro que tardó mucho en maquillarse. Tiene una quijada con ángulos demasiado severos y un cuello que no sería de cisne en ningún poema, pero está claro que los ojos verdes y esos labios enormes cubiertos de rojo son la causa por la que estoy aquí. Aunque me ha visto, no sabe que soy.

AROMA DE ENDORFINAS

Abro la puerta fría de cristal y él está allí, en sus pants rojos, la respiración agitada pero bajo control de quien hace esto regularmente. El sudor, el encierro, el aire que ha pasado tanto por sus pulmones, inundan el cuarto. Ventanas cerradas, el vidrio de pared a pared, la tele en una esquina, las noticias con Loret de Mola. Es guapo, pero es también un pretexto para no mirar al hombre que sigue corriendo sobre la banda y que me avisa que en un par de minutos va a terminar. Disminuye la velocidad, me habla através del espejo. Que por favor apague la tele y la luz cuando termine. 
Quiero preguntarle si trabaja en el hotel o solamente es un hombre ahorrador. Pero sonrío y se va al fin. Me subo a la banda y comienza a girar. En el espejo una mujer corre, los músculos despiertan, se tensan, ojalá pudiera hacer esto más seguido. Mi cabello sube y baja en una coleta detrás de mi cabeza, y sale de la imagen del espejo a intervalos. Tum, tum, tum, mis pies comprimiendo la banda, no puedo escuchar las noticias, sólo mi corazón y la sangre alborotada por dentro, la memoria de los músculos, la presión en las rodillas.
Gente pasa y espera los elevadores, me miran a través del cristal, estoy en una pecera, pero no me reconocen. Apenas me reconozco yo mismo. Subo y bajo, subo y bajo, cierro los ojos, me veo escapando, atravieso ciudades, bosques, desiertos, y corro, y escapo, no soy un ciervo, pero lo que hay que hacer es seguir corriendo, y nadie me ve,  yo y mis piernas, yo y mi pelo en el viento. Pero todo tiene que detenerse. Me detengo.

 

ZUMBIDO PALPITANTE

El zumbido palpitante del panal de abejas me saca de la ensoñación. El metal pegado a mis costillas me trae a la realidad. Estoy en la cama. Mis párpados como cortinas de hierro me hacen saber que algo me arrancó del sueño antes de tiempo. No he terminado de dormir. El zumbido palpitante conmociona la calle y circula por mi cuerpo,pero no logra despertarme. En mi mente una larga fila de carros se estremece y aprisiona a los conductores.Tiemblan desesperados por avanzar. El cuerpo me hormiguea. La vibración recorre cada parte de mi ser y se estaciona en el vientre. Estoy regresando. Mis párpados siguen sellados. Repaso los compromisos de hoy. ¿Que me voy a poner? Sí, ése pantalón y la blusa que no se plancha y la bufanda que combina. ¿Los aretes ? Sí,los nuevos están bien. El piso helado. Economizo los movimientos al buscar las chanclas. Demasiado frías. Mis pies se encogen y me precipitan trastabillando al baño. El sonido de la orina abundante que arroja mi cuerpo,no tiene fin. Libera mi vientre. Algunos naturistas recomiendan tomar la primera orina del día. Fluye mi saliva ácida y penetrante. Pienso en otras maneras de cuidar mi salud. El agua helada sacude mi rostro adormilado, formo cántaros con mis manos para empaparme la nuca. Necesito que las ideas se despierten. Mis encías prueban el sabor a menta con chispas de yerbabuena. La lengua reacciona con la dureza del cepillo, raspa. Escucho el crujidito al frotar mis papilas gustativas. Afuera el zumbido viviente que hace temblar el piso y un coro afónico de claxonazos que no se rinden. Mis párpados se abren. Estiro los puños cerrados hacia lo alto y flexiono los brazos. Giro mi torso, derecha izquierda, derecha izquierda. Mi espalda se arquea y así la mantengo.

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LO DE ATRÁS ES PASADO






TÚ Y LA MUJER DE LAS ROSAS

Al edificio del que sales y a la carretera nacional los separan tan sólo diez metros de tierra y piedras. Caminas hacia el estacionamiento, buscas un auto gris. Abres de ese auto la puerta que rechina y truena. Te inclinas unos segundos. Algo buscas. Te incorporas con un objeto en cada mano: en la derecha un cartapacio azul, en la otra un refresco de dieta. Te echas a andar por la acera, casi despreocupada, con rumbo al centro. Es un pueblo pequeño, no vas a demorarte mucho. Ambas manos van abajo, una abanica el documento, la otra quiere mantenerse firme. Te cruzas en el camino con una pareja que lleva un bebé montado en una bicicleta. Buenas tardes, dices. Buenos días, responden ellos. Lo que sigue son intercambios de frases y risitas corteses. Una bolsa de polietileno hace acrobacias frente a tus ojos, no es que vuele sino que se mueve a merced del viento.
Con su permiso, le dices a alguien que va delante de ti en una acera demasiado estrecha. Un autobús se detiene en el acotamiento. Un instante, cosa de segundos en un paradero. Baja de ahí una persona que no volteas a mirar.
Allá adelante detienes tus pasos y hablas con una mujer que se agacha y pone un solo pie en la acera para atar las agujetas de sus zapatos deportivos. La mujer, que no debe tener más de treinta y cinco, carga un ramo de flores. Calculo media docena de rosas. Hablas con ella de algo que no alcanzo a escuchar.
Caminan en la misma dirección. Tú adelante, ella atrás. Algo hablan, algo importante a juzgar por el manoteo, pero no escucho sus voces hasta que hablan con terceros.
Adiós, dices tú; buenos días, dice ella, a un hombre que las saluda desde un taller de soldadura. Una pick up está dando vuelta en la esquina hacia donde ustedes van al tiempo que en la carretera está pasando un camión "doble semirremolque". La conversación entre esa mujer y tú es para mí inaudible.
Debo darme prisa.
Las alcanzo. Ahora las puedo escuchar; le estás platicando a ella algo que otra persona te dijo: Me dijo voy a decirle algo, pero yo... Y bajas la voz. Paso a un lado de ustedes. Me adelanto. Llegamos a la primera esquina.
Hasta aquí voy, dices ahora en voz alta, ¿para dónde vas tú? La mujer guarda silencio, duda sólo unos segundos, luego responde: Te acompaño.
JP