jueves, 6 de diciembre de 2007

Deber cumplido

Entra en la tienda departamental. Las bocinas difunden la música; los precios especiales que indican a los clientes hacia donde dirigirse; el nombre del empleado favor de presentarse de inmediato en el departamento de servicio al cliente. El barullo. El trajinar a su alrededor. Sus pasos son firmes y seguros. El cuerpo erguido, de estatura media y espaldas anchas. Enfundado en pantalón gabardina color caqui, camisa blanca de manga larga, ligeramente doblada hacia el interior de sus muñecas. De su cuello robusto emerge la cabeza cuadrada. El pelo entrecano se deja ver por debajo del sombrero color vainilla, con textura terciopelo. Su caminar mantiene un ritmo constante. Avanza con la mirada lejana. No observa, no pregunta, no se distrae. De frente a las escaleras y la rampa, escoge la segunda. Se alinea en paralelo con el barandal. Continúa su marcha. Al dar vuelta en el andador hacia el piso siguiente, mantiene su cuerpo cercano al barandal y su mano se apoya con firmeza. Al final de la rampa se agacha hacia una pila de canastillas, de plástico duro color rojo. Levanta una y sin perder el ritmo, avanza hacia su izquierda. Sección de frutas y verduras. Coloca la canastilla en el piso. Se incorpora. Estira la mano hacia adelante y a un tiempo gira la cabeza a su derecha. Observa a lo lejos y su mano palpa una coliflor sin verla. Regresa sus ojos, busca el cartel en la parte superior. Observa el precio. Se dirige muchos pasos hacia las bolsas de plástico y escoge una grande. El nudo que las custodia está demasiado apretado. El hombre se esfuerza por liberar el amarre, lucha con el plástico. Reacomoda la postura de su cuerpo para el embate. Se concentra. Sus dedos se mueven constantes. No busca ayuda. Lo intenta una vez más. Logra sacar una bolsa de asas. Regresa. Coloca la coliflor dentro de la bolsa y cuidadosamente le hace un nudo. Se agacha y la mete en la canastilla. Nuevamente hacia las bolsas. Busca las de tubo giratorio. Jala una. Toma solo una. Regresa y enfunda una lechuga enorme. La bolsa no tiene espacio para hacer el nudo. Finalmente logra amarrarla con sumo cuidado. Torpemente se agacha y mete la lechuga. Se incorpora con la canastilla. Avanza en su recorrido y llega al amontonamiento de zanahorias. No toca. No manosea. Sus ojos buscan el precio. Acomoda la canastilla en el piso. Va hacia las bolsas del tubo giratorio. Solamente una. Regresa. Toma zanahoria por zanahoria. Las introduce en la delgada bolsa y se dirige hacia la báscula. Las pesa. Regresa y toma más. Nuevamente a pesarlas. Observa la aguja de la báscula. Se lleva la bolsa y la amarra minuciosamente . Observa las calabacitas. Repite el proceso. Coloca las calabacitas junto al resto de las verduras. Pasea sus manos por encima de los aguacates. No toma nada. Vuelve su mirada hacia las charolas que contienen almendras, nueces y pasitas. Detiene un rato sus ojos en ellas. Da vuelta hacia su derecha y sigue. Avanza sobre la misma línea de pasos que antes lo trajeron. Sale por la rampa. Su cabeza erguida y su vista lejana. Al pasar por la sección de damas, se detiene brevemente. Observa el precio de unas chanclas afelpadas, Salto de cama. Unos pasos más adelante se detiene en un estante. Sus manos dan vuelta durante unos instantes a un tarro de vidrio pequeño, color claro. Brillantina Palmolive con aceite de oliva. Lo coloca entre los demás y da unos pasos hacia atrás para observarlo desde otro ángulo. Bruscamente gira su cuerpo hacia la derecha y sigue avanzando. Estira la mano hacia la cajera. Ella le da unas monedas. Las guarda con prisa en el bolsillo derecho de su camisa. Se ajusta el sombrero y observa su entorno. Toma las dos bolsas con una sola mano, la izquierda. Se aleja. Una señora y un niño le cortan el paso. Momentáneamente pierde el equilibrio. En dos zancadas más retoma el paso apresurado y sale. En la calle atisba con el rabillo del ojo. Su paso se vuelve más lento. Sigue avanzando, se escucha música de reggaeton, sus pasos atraviesan puestos de verdura que exhiben coliflor, calabacitas y zanahorias perfectamente cortadas y empacadas en bolsas de plástico, listas para cocinar. Tres cuadras. Continúa avanzando y atraviesa un semicírculo de gente que absortos escuchan a un anciano que tiene la cura para los juanetes, el mal de ojo y el sida. La figura del hombre se encorva ligeramente y su caminar disminuye el ritmo. Seis cuadras. El olor de fritangas y banquetas recién lavadas se confunde con la peste del alimento para pollos, patos y conejos. Nueve cuadras. Su espalda se sigue encorvando. Se detiene un instante, equilibra su cuerpo, reacomoda las bolsas. Lo rebasa un microbùs con pocos pasajeros. La soledad de la calle. Silencio. Once cuadras. Entra a una tiendita. Lo recibe un refrigerador grande de coca-cola. En el mostrador una señora de tez blanca, el pelo cano en la raíz y en los medios y puntas huellas de color dorado. El hombre va hacia el interior con familiaridad y hace un movimiento con la cabeza a la señora, la mujer responde de la misma manera. Entra un cliente .
-Buenos días Doña Adelita ¿como siguió?
- Ya bien, ya estoy buena gracias a Dios
-La oigo como que todavía esta malita.
El hombre sale del interior y saluda al cliente , pasa por adelante del mostrador y sale a la calle
- No, ya estoy buena que le doy?
El hombre abre una puerta maltrecha, contigua a la tiendita. Entra por un pasillo angosto y grisáceo. Hasta el fondo bugambilias, framboyanes y diversos tonos de verde de árboles y plantas .
LBT

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