miércoles, 5 de diciembre de 2007

SUFICIENTE SUSPICACIA

Es la plaza donde se confrontan el palacio de gobierno y el teatro Amalia. Con algunas gotas de sudor que me refrescan encuentro el lugar para escribir en una banca blanca de metal. Las barras del asiento reciben con rudeza mi trasero.

Hay pájaros cantando: gorriones, tordos y un ave que claramente llama a los suyos desde los más alto de los árboles.

Cada uno de los troncos está envuelto en tules: rojo, morado, verde, azul y naranja. Están repletos de motivos navideños con personajes de las películas de Disney.

El pájaro desconocido insiste desde su rama mientras me llegan aislados los llantos de niños de brazos y los pasitos sobre el pavimento de un pequeño envuelto en pants. Sus zapatitos resuenan sobre el mosaico desgastado.

Aquí y allá los pasos de la gente. Algunos tacones son rudos y las suelas suaves de los tennis son casi imperceptibles.

Un niño identifica, como puede, a los personajes de Disney dibujados burdamente en algunas mamparas: La Bella, Peter Pan , Pinocho.

Casi no hay autos circulando en torno a la plaza, pero es el motor de una motocicleta y los cláxons lejanos que aún quedan en el centro antes de la hora de comer, lo que apunta el bullicio restante de la ciudad, junto con el aroma tóxico a mofle quemado remanente el aire.

Una pareja de adolescentes, con uniforme de colegio discute íntimamente y aun en público, el excesivo precio de un celular y las posibilidades de los otros usos para esa misma cantidad de dinero.

Hay elementos de la policía estatal preventiva (que reconozco por el uniforme negro y sus letras bordadas amarillas: PEP) que me miran con suficiente suspicacia.

Se adivina que hay preparativos para un evento, ya que al pie de la escalinata hay un escenario con luces ya instalado y una consola de audio cubierta con una lona.

Una abuela pasa cerca de la lona y le dice a su nieto pequeño que irán a ver a los pajaritos.

Un anciano vende empanadas dulces y las ofrece con desgano: “A cinco”.

Una enfermera del IMSS camina junto a su amiga y le cuenta con flojera que verá por la tarde a un señor que no le cae nada bien.

Corre una niña de coletas hacia mí, de no más de un metro de alto. Persigue a un pichón oscuro y trata de darle una patada. Los pasitos de la niña y luego el vuelo de la paloma, un batir violento de alas.

Reductos vocingleros de tordos negros, la pareja de adolescentes se da un beso y ambos se miran. Las ruedas de una carriola vibrando sobre los mosaicos. Una paloma que se posa a mis pies y me mira como esperando que saque algo de comida. El leve rumor de sus plumas mientras las acicala.

Una anciana camina con su hija y nieto de brazos y se pregunta si va a estar presente el gobernador.

El sol estalla en pedacitos mientras brilla sobre los adornos navideños y metálicos.

Los tacones bajos sobre el suelo de una mujer, a todas luces burócrata, con traje sastre azul marino, una carpeta Manila en una mano y la vista fija al frente.

Los rayos y la cadena engrasada de una bicicleta que veloz pasa junto a mí.

Y detrás de mí un policía estatal preventivo que atiende las inescrutables órdenes que provienen de un radio de alcance. Una voz que de tan ininteligible es siniestra.

Abundan los niños y adolescentes con uniformes de colegio que caminan de regreso a casa, pero que aún así se detienen a mirar un nacimiento de yeso sobre un escenario plástico que evoca un paisaje victorense.

Un cláxon insiste frente a la puerta cerrada de un estacionamiento.

La explosión de risa de un joven que toma fotos a su compañero en las jardineras junto a mí.

El sol en los adornos del gran pino y su plateada estrella en alto.

La vibración del celular en el bolsillo de mi pantalón y su gradual emisión de sonido que me indica que quince minutos han pasado.

MAH

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