martes, 4 de diciembre de 2007

AROMA DE ENDORFINAS

Abro la puerta fría de cristal y él está allí, en sus pants rojos, la respiración agitada pero bajo control de quien hace esto regularmente. El sudor, el encierro, el aire que ha pasado tanto por sus pulmones, inundan el cuarto. Ventanas cerradas, el vidrio de pared a pared, la tele en una esquina, las noticias con Loret de Mola. Es guapo, pero es también un pretexto para no mirar al hombre que sigue corriendo sobre la banda y que me avisa que en un par de minutos va a terminar. Disminuye la velocidad, me habla através del espejo. Que por favor apague la tele y la luz cuando termine. 
Quiero preguntarle si trabaja en el hotel o solamente es un hombre ahorrador. Pero sonrío y se va al fin. Me subo a la banda y comienza a girar. En el espejo una mujer corre, los músculos despiertan, se tensan, ojalá pudiera hacer esto más seguido. Mi cabello sube y baja en una coleta detrás de mi cabeza, y sale de la imagen del espejo a intervalos. Tum, tum, tum, mis pies comprimiendo la banda, no puedo escuchar las noticias, sólo mi corazón y la sangre alborotada por dentro, la memoria de los músculos, la presión en las rodillas.
Gente pasa y espera los elevadores, me miran a través del cristal, estoy en una pecera, pero no me reconocen. Apenas me reconozco yo mismo. Subo y bajo, subo y bajo, cierro los ojos, me veo escapando, atravieso ciudades, bosques, desiertos, y corro, y escapo, no soy un ciervo, pero lo que hay que hacer es seguir corriendo, y nadie me ve,  yo y mis piernas, yo y mi pelo en el viento. Pero todo tiene que detenerse. Me detengo.

 

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